Eureka. Diario de Gauss

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sábado, 1 de julio de 2017

Ciencia y religión en la escuela

Cada vez que suenan tambores de reforma de las leyes educativas surge el viejo problema de la presencia de la religión en los centros educativos públicos como asignatura evaluable; y de la cultura religiosa como alternativa a la clase de religión.
¿Debe estar la religión en las aulas o debe circunscribirse a las iglesias y al ámbito privado?
El binomio Ciencia-Religión es un clásico histórico. 
Para iluminar este debate mirando el problema desde el otro punto de vista he recuperado esta joya de una pretendida ASOCIACIÓN POR EL PROGRESO DE LA CIENCIA EN MEDIOS HOSTILES (APCMH), creada con el nacimiento de la Ley Wert.
Cuando el sentido común es el menos común de los sentidos...

Ciencia y religión.

Somos un grupo de docentes de todos los niveles educativos que estamos muy preocupados por el bajo nivel cultural en nuestra sociedad, los altos índices de fracaso escolar y la proliferación de telebasura.

Para salir de esta situación queremos traspasar los muros de las escuelas, los institutos y las universidades, llevando la cultura y la educación a ámbitos en los que hasta la fecha hemos estado ausentes, en los que nuestra dejadez ha privado a muchos ciudadanos del derecho universal a la cultura.

Como primer paso, queremos llegar a un acuerdo con las autoridades eclesiásticas para que nos cedan un diez por ciento del tiempo de las misas con el fin de que profesores especialistas en las distintas disciplinas puedan llegar más fácilmente a los creyentes mediante breves intervenciones didácticas.

Estamos estudiando cuál sería el momento idóneo para insertar en las misas contenidos científicos y culturales, tal vez inmediatamente después de la consagración o justo antes del padre nuestro.

Está claro que algunos feligreses podrían, con razón, objetar que ellos no tienen por qué aumentar sus conocimientos ni su cultura, ya que acuden a misa con el sólo fin de orar y escuchar la palabra de Dios.

Para solucionar este problema, y aunque pudiera parecer inconstitucional, a la entrada a la Iglesia les haríamos rellenar un formulario para que manifestaran su preferencia por la religión o la cultura.

Una vez identificadas estas personas, podrían abandonar en el momento adecuado la nave principal de la Iglesia y reunirse en las capillas laterales, la cripta o el salón parroquial. Con el fin de evitar agravios, estas personas podrían recibir durante ese rato charlas de carácter no cultural ni educativo pero muy relacionadas con los contenidos que se estén impartiendo en ese momento al resto de los fieles desde el altar.

Por ejemplo, los feligreses que no quieran repasar la tabla periódica, estudiarán los efectos perniciosos de los colorantes alimentarios, los que no quieran hacer ejercicios de educación física podrán ver un documental sobre la obesidad, y los que no quieran repasar los verbos irregulares ingleses podrían estudiar estadísticas sobre la importancia de hablar idiomas en el mundo moderno.

Los obispos nos han adelantado que no habría problema en computar el tiempo de cualquiera de estas actividades como tiempo equiparable al dedicado a escuchar la palabra de Dios, a la oración, a la contemplación, la penitencia o a la caridad y en ningún caso podrá discriminarse el acceso a la salvación eterna a los fieles en razón a sus preferencias religiosas o educativas.

Tampoco han puesto la más mínima objeción a la aparente contradicción derivada de que el contenido de las misas esté basado en la fe y las creencias, en contraste con la naturaleza científica y académica de los contenidos que habitualmente impartimos en las aulas.

En un primer momento, las clases se impartirían sólo durante las misas obligatorias de los domingos y fiestas de guardar, para más adelante extenderse a otros actos religiosos de asistencia no obligatoria como bautizos, bodas, comuniones, funerales, ejercicios espirituales, ordenaciones sacerdotales e incluso ceremonias de canonización o beatificación.

Pero, ¿de dónde saldría el dinero para pagar al profesorado que trabaje los domingos? Sin duda alguna de los donativos que los fieles depositan en los cepillos, del porcentaje de impuestos destinados al sostenimiento de la Iglesia Católica o, en general, de los presupuestos de la Iglesia.

Para garantizar la calidad de las enseñanzas impartidas, nuestra asociación gestionaría directamente el dinero aportado por la Iglesia y con él contrataría a profesores de sólida formación pedagógica y científica que se encargarían de impartir las clases durante las misas.

Naturalmente, dado el carácter eminentemente laico de las clases, no dudaríamos en despedir fulminantemente a aquellos profesores que no mantuvieran una coherencia laica entre su vida profesional y personal haciendo cosas como casarse por la iglesia, acudir a misa semanalmente o participar en cualquier tipo de acto religioso.

Finalmente, llevaremos nuestras negociaciones hasta el mismo Vaticano, con cuyas autoridades firmaríamos un Concordato que garantizara la continuidad de nuestra noble tarea docente en las iglesias durante los años venideros.


ASOCIACIÓN POR EL PROGRESO DE LA CIENCIA EN MEDIOS HOSTILES.

sábado, 27 de julio de 2013

Religión en las aulas o ciencia en las iglesias

Mucho mejor que la religión entre en las aulas es que la ciencia entre en las iglesias.

No es una idea mía, que también, es del mismísimo Leonhard Euler. Que, por cierto, era un hombre religioso pero inteligente.




Euler, el gran Euler, era muy piadoso. Uno de sus amigos (ministro de una de las iglesias de Berlín) vino a verle un día y le comentó:
"La religión está perdida, la fe ya no tiene en qué sostenerse, ya no se puede conmover los corazones ni con bellezas admirables ni con las maravillas de la Creación. ¿Te lo puedes creer? Les he hablado de esta obra divina que es la Creación como de algo bello, poético y maravilloso; me he remitido a los antiguos filósofos y a la mismísima Biblia… pues ya ves: la mitad de mi audiencia no me escuchaba y la otra mitad, o se dormía o se iba de la iglesia".

"Atrae la atención de tus feligreses con verdades objetivas" le respondió Euler. "En lugar de describir el mundo a través de los filósofos griegos o de la Biblia, acude al campo de la astronomía, revela el mundo tal y como lo hace la investigación astronómica (es decir, la física y las matemáticas). En este sermón al que tan poca atención han prestado, seguramente has escrito el sol según la visión que de él tenían en el Peloponeso. ¡Muy bien!, pero la próxima vez, diles a tus feligreses que, de acuerdo con la verdad, las medidas matemáticas irrefutables sobre este particular indican que nuestro Sol es 1.200.000 veces más grande que la Tierra. Sin duda, tú les habrás hablado de los cielos de cristal fijos: diles que no existen, que los cometas los cruzan raudos. En tu explicación, los planetas sólo se habrán distinguido de las estrellas por el movimiento: háblales de que son mundos, de que Júpiter es 1.400 veces más grande que nuestro planeta, y Saturno, 900; descríbeles las maravillas del anillo de éste, de las múltiples lunas que existen en estos mundos tan distantes. Cuando llegues a las estrellas, no te refieras a sus distancias en millas, pues los números serían demasiado largos y no podrían comprenderlos; mejor toma como referencia la velocidad de la luz, diles que viaja a unas 186.000 millas por segundo y añade, finalmente, que no nos llega la de ninguna estrella en menos de tres años. Cuéntales que algunas de ellas no han podido ser observadas todavía de una forma precisa; la luz de estas últimas no puede ser percibida por nosotros hasta pasados treinta años desde que se emitió. Al pasar de los resultados ciertos a los que sólo son probables, muéstrales que, según todas las apariencias, algunas estrellas sólo nos serán visibles varios millones de años después de haber sido destruidas, pues la luz que emiten necesita millones de años para atravesar el espacio que las separa de la Tierra."

El predicador siguió este consejo; en lugar del mundo de las fábulas, habló del mundo de la ciencia. Euler aguardó con impaciencia la visita de su amigo tras su primer sermón "científico". Llegó completamente abatido, apesadumbrado, casi al borde de la desesperación. El geómetra le preguntó lleno de sorpresa: "¿Qué ha pasado?". "¡Ah, monsieur Euler!", le respondió el ministro, "estoy muy decepcionado: se han olvidado de la actitud devota que deben mantener en el sagrado templo. Imagínese: ¡cuando he acabado, se han puesto a aplaudir!".

 (Referencia bibliográfica: Arago, en la Cámara de los Diputados, 23 de marzo de 1837, citado en V. E. Johnson, The Uses and Triumphs of Mathematics, Griffith, Farran, Okeden and Welsh, 1889, pp. 107-110.)

El curioso mundo de las matemáticas (Editorial Gedisa)