No es una idea mía, que también, es del mismísimo Leonhard Euler. Que, por cierto, era un hombre religioso pero inteligente.
Euler, el gran Euler, era muy piadoso. Uno de sus amigos
(ministro de una de las iglesias de Berlín) vino a verle un día y le comentó:
"La religión está perdida,
la fe ya no tiene en qué sostenerse, ya no se puede conmover los corazones ni
con bellezas admirables ni con las maravillas de la Creación. ¿Te lo puedes
creer? Les he hablado de esta obra divina que es la Creación como de algo bello,
poético y maravilloso; me he remitido a los antiguos filósofos y a la mismísima
Biblia
pues ya ves: la mitad de mi audiencia no me
escuchaba y la otra mitad, o se dormía o se iba de la iglesia".
"Atrae la atención de tus
feligreses con verdades objetivas" le respondió Euler. "En lugar de
describir el mundo a través de los filósofos griegos o de la Biblia, acude al
campo de la astronomía, revela el mundo tal y como lo hace la investigación
astronómica (es decir, la física y las matemáticas). En este sermón al que tan
poca atención han prestado, seguramente has escrito el sol según la visión que
de él tenían en el Peloponeso. ¡Muy bien!, pero la próxima vez, diles a tus
feligreses que, de acuerdo con la verdad, las medidas matemáticas irrefutables
sobre este particular indican que nuestro Sol es 1.200.000 veces más grande que
la Tierra. Sin duda, tú les habrás hablado de los cielos de cristal fijos:
diles que no existen, que los cometas los cruzan raudos. En tu explicación, los
planetas sólo se habrán distinguido de las estrellas por el movimiento:
háblales de que son mundos, de que Júpiter es 1.400 veces más grande que
nuestro planeta, y Saturno, 900; descríbeles las maravillas del anillo de éste,
de las múltiples lunas que existen en estos mundos tan distantes. Cuando
llegues a las estrellas, no te refieras a sus distancias en millas, pues los
números serían demasiado largos y no podrían comprenderlos; mejor toma como
referencia la velocidad de la luz, diles que viaja a unas 186.000 millas por
segundo y añade, finalmente, que no nos llega la de ninguna estrella en menos
de tres años. Cuéntales que algunas de ellas no han podido ser observadas
todavía de una forma precisa; la luz de estas últimas no puede ser percibida
por nosotros hasta pasados treinta años desde que se emitió. Al pasar de los
resultados ciertos a los que sólo son probables, muéstrales que, según todas
las apariencias, algunas estrellas sólo nos serán visibles varios millones de
años después de haber sido destruidas, pues la luz que emiten necesita millones
de años para atravesar el espacio que las separa de la Tierra."
El predicador siguió este consejo; en lugar del mundo de las
fábulas, habló del mundo de la ciencia. Euler aguardó con impaciencia la visita
de su amigo tras su primer sermón "científico". Llegó completamente
abatido, apesadumbrado, casi al borde de la desesperación. El geómetra le
preguntó lleno de sorpresa: "¿Qué ha pasado?". "¡Ah, monsieur
Euler!", le respondió el ministro, "estoy muy decepcionado: se han
olvidado de la actitud devota que deben mantener en el sagrado templo.
Imagínese: ¡cuando he acabado, se han puesto a aplaudir!".
El curioso mundo de las
matemáticas (Editorial Gedisa)
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